"Llanero"
Te tuvimos como si fueses un hermano más y mamá te trató como si fueses su hijo.
Sabíamos cuánto nos queríamos al mirarnos a los ojos tirados sobre la yerba después de jugar un buen rato al escondido. Permanecíamos mucho tiempo en el jardín cuando volvía del colegio.
"Llanero" te llamamos. Te lo puso mi madre cuando entre otros nombres mis hermanos querían que te pusieran... "Quejido"; yo no sabía por qué querían darte ese horrible nombre, luego supe que era porque no dejabas dormir. Recuerdo cómo te traía mi abuelo Abraham dentro de una canasta llena de virutas de madera. Tuvimos que alimentarte con biberón. Tuvimos que alimentarte con biberón. Tu madre era una ejemplar de raza "setter" y murió en el parto "porque fueron muchos cachorros" -opinaba mi abuela- añadiendo algo más que no entendía: "que había fallecido extenuada". Tú eras el más pequeño al que nadie se atrevió llevar y, mi abuelo, quiso hacer de ti un lindo regalo para dárselo a mi madre, ¡eras un precioso ejemplar de verdadera raza muy bello y el más indefenso de todos tus hermanos! Por eso te cuidamos y veíamos cómo te ponías guapo cada día a medida que se alargaba tu pelaje blanco, moteado y sedoso haciendo ondas y lleno de flecos en las patas que te hacían elegante al andar. Fuiste el único macho de esa camada porque el resto eran hembras y nadie contaba que sobrevivirías, pero mamá perdió muchos sueños contigo para que fueses nuestra alegría. Aprendiste a reconocer tu nombre muy rápido y cuando corrías a todos nos encantaba ver cómo flotaba tu pelo haciendo ondas con el viento.
El placer de jugar a cada oportunidad lo compartíamos correteando por el jardín, no parabas saltando por los macizos de flores y algunas veces dejando en los parterre alguna necesidad. Así que me hacías de enterrarla con la pala para que mamá no se diera cuenta y también acomodar algún destrozo, hasta que supiste lo que no debías hacer.
Lo peculiar de de ti fue tu ladrido y cuando te escuchábamos nos enamoramos todos de la voz de su sonido profundo y largo. Era tu forma de ladrar triste y a la vez bella como si fueses un lobo de los bosques, lo ladrabas como uno perro corriente y lo hacías siempre subido en una enorme piedra que estaba en el jardín, nunca en otro sitio.
Un día desapareciste porque la gente que pasaba te escuchaba y también se enamoraba de tu ladrido. Decían que te habían vendido a un cazador forastero que pasó a caballo y te escuchó. Ni mamá ni ninguno nos creíamos tal cosa, también hablaban que te habían llevado a cientos de kilómetros de casa... Pero un día después de seis meses llegaste al portón y te dejaste caer, mamá te escuchó y salió corriendo y se echó de rodillas a llorar al verte cómo estabas, no podía creer que hubieses vuelto y de esa forma... ¡Era imposible reconocerte sin el pelo que te faltaba lleno cardos y de heridas en las patas, con el hocico roto; traías una oreja desgarrada y el rabo sin su pelaje; tus patas delanteras estaban hinchadas y mamá te cogió en brazos llevándote a la mesa del comedor. Allí te dio a beber agua y limpio las heridas curando una a una mientras las desinfectaba; lo mismo hizo con las espinas con gran cuidado y echando algo más en ellas. Mi abuelo no se aguantó viendo como estabas y ensilló dos caballos y trajo un veterinario de la ciudad, pero cuando vino no pudo hacer nada...
Supimos que nos amabas y por eso caminaste tantos kilómetros por montes y montañas para llegar donde nosotros, quizás era el único lugar para morir feliz. La piedra donde te subías a ladrar fue el referente de tu última morada. Recuerdo ver a mama sentaba muchas tardes en ella hasta que el sol se iba. Sé que lloraba.
Nunca te olvidaremos "Llanero", nos diste una lección de valentía y lealtad que nos marcó para siempre.
A. Elisa Lattke V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La palabra es el arrullo de Dios cuando causa una impresión inolvidable.
La mejor dádiva, es haber conseguido que nuestros semejantes se sientan felices, siempre que seamos sinceros con lo que opinamos.
A. Elisa. Lattke Valencia, sólo va pasando como un cometa cada cien años...